Creo que los videojuegos, más allá de hacernos pasar un rato divertido, van de emociones y sensaciones. Y os puedo asegurar que el escalofrío que ha recorrido mi cuerpo cuando estaba viendo por primera vez la intro de Elden Ring, es algo que no se me va a olvidar en esta vida, ni en la próxima.
Gracias a Bandai Namco he podido acceder a las primeras horas de juego en una versión casi definitiva y sin los muros que tenía la beta privada de hace algunos meses. Y, como digo, quiero hablaros más de sensaciones que de lo que pasa realmente, porque ya os digo que hay un montón de sorpresas y algún que otro sobresalto. Miyazaki ahora tiene un mundo abierto como tablero para que seamos los peones que sufran sus jugadas maestras del mal. Lo peor es que no podemos evitar tener ese toque masoquista y disfrutamos sufriendo con sus movimientos macabros.
Quizás sea redundante comentar el hecho de que, tras completar el pequeño prólogo, ver por primera vez las Tierras Intermedias nos ha transmitido lo mismo que cuando vimos Hyrule en Zelda: Breath of the Wild, y no se me ocurre mejor piropo para cualquier videojuego. Claro, que en Elden Ring prima la fantasía oscura y un ambiente malrollero de cuidado. Ese árbol gigantesco parece lo único que destila luz y bondad, pero ya sabemos que aquí nada es lo que parece.
Porque si bien Elden Ring dista mucho de ser un juego de miedo, durante las primeras horas te hace sentir una inseguridad constante. Salvando las distancias del medio, por momentos me ha venido a la mente la película Midsommar, que es una genialidad porque produce cotas altísimas de angustia pese a salirse de los estereotipos del terror al ser completamente un filme realizado con luz diurna.
En el juego de FromSoftware hay ciclos temporales, pero gran parte de su desarrollo avanza con la luz del sol, aderezado con entornos verdes que aparentemente deberían reportar paz y tranquilidad. Pero, de repente, te pueden llover lobos del cielo o incluso observar que lo que parece una estatua a la que estás admirando se pone de pie dispuesta a darte un espadazo sin preguntar. Y esa angustia es más propia de una cinta de terror que de una de aventuras.
Esta libertad puede llegar a resultar abrumadora pero, a grandes rasgos, creo que convierte a Elden Ring en un juego más accesible. Es una obra para degustar con mucha calma; para sentarnos delante de la pantalla sin preocupaciones y que pasen horas. Y con accesible no digo que sea más sencillo, porque para nada lo es. No hay un orden establecido o zonas determinadas con enemigos de un nivel concreto. De hecho, nada más salir nos topamos con un jinete que nos despachará en tres segundos si vamos directos a por él. Poco después hay un gigante custodiado por arqueros que defiende la entrada al castillo. Parecerá que no hay lugar hacia el que ir, pero siempre lo hay.
Diría que, como lo fue Sekiro para mí, Elden Ring será una experiencia que cada uno nos tomaremos de forma distinta y muy personal. Todo esto va de buscar nuestro propio camino y de enfrentarnos a las adversidades. Hacer frente a un mal que nos bloquea y que puede que en ese momento no podamos vencer, pero más tarde podremos regresar a dejarlo atrás sin contemplaciones. Y a descubrir que no estamos solos en ese cometido, ya que aunque estemos solos, veremos las clásicas sombras espectrales de otros jugadores luchando por discernir su camino. Podremos ayudarlos; o todo lo contrario.
Fruto de la mencionada accesibilidad entendida de lo que hablo está la posibilidad de probar entre las 10 distintas clases que tenemos disponibles en Elden Ring, lo que aporta al juego de un trasfondo nunca antes visto en un souls-like, con opciones de todo tipo para hacer partidas únicas. Probablemente, muchos repetiréis la parte inicial en varias ocasiones para dar con el estilo adecuado hasta que estéis cómodos con vuestra elección. Aunque si tenéis experiencia en los juegos de FromSoftware, sabéis perfectamente cómo funciona el sistema de niveles, con el que podréis ir equilibrando a vuestro personaje e ir dándole las opciones que no tiene de inicio.
Una de las novedades que tiene Elden Ring son las cenizas de guerra, que son invocaciones que podemos utilizar para recibir otra ayuda extra en combate, como lanzar una manada de lobos a los enemigos para que hagan el trabajo sucio. A medida que avanzamos nos va recompensando de forma sutil para que persistamos. El encontrar un arma o una mejora a utilizar nos hará proseguir en un camino duro, pero más gratificante que nunca. De hecho, el juego es bastante generoso a la hora de premiar nuestra valentía con esos pequeños detalles, como rellenar nuestros frascos de salud o magia si hemos acabado con un grupo de enemigos o un rival poderoso.
Por otro lado, y como amante de los juegos de sigilo, me parece que Elden Ring ejemplifica perfectamente lo que otros juegos no son capaces al añadir este tipo de contenido. No es su principal reclamo, pero te insta a la perfección a, por lo menos, intentar limpiar lo máximo las zonas sin llamar la atención al completo de los nutridos grupos de enemigos que nos encontramos. Si uno solo puede hacernos morder el polvo, imaginad un grupo en el que se encuentran ballesteros, magos y algún gigante. La inteligencia táctica es esencial y, aunque probablemente con el paso de las horas podamos volver y destrozar a todos con unos cuántos espadazos y hechizos una vez hayamos mejorado nuestro nivel, en los compases iniciales en los que todavía no hemos perdido el miedo provoca emociones verdaderamente intensas al sentirnos en abrumadora inferioridad.
Lógicamente, no os voy a engañar y en este comienzo de viaje he tenido lugar para la frustración. Pero creo que cualquiera sabe a lo que viene cuando se pone a rendir pleitesía a dos genios de lo malévolo como son Hidetaka Miyazaki y George R.R Martin. Algún berrido y golpe en la mesa he dado. Algunas veces por mi culpa. Como ir caminando por un pantano -por supuesto- y que de repente aparezca un miniboss que no parecía muy poderoso, por lo que en vez de huir decidí hacerle frente, perdiendo una suculenta cifra de almas. Otras, presa de la ignorancia y de no haber aprendido los conceptos del juego; y de algún que otro salto mal medido con el caballo espectral Torrent; quien por cierto no solo es útil para campar a nuestras anchas por las Tierras Intermedias, sino que también es un excelente aliado en los combates... y para salir por patas cuando van mal dadas.
Puede que muchos os estéis preguntando si realmente Elden Ring se siente como si fuese Dark Souls 3.5, y la respuesta es afirmativa, pero con todas las connotaciones positivas que ello tiene. Es una saga que ha hecho historia en el mundo de los videojuegos y cuyo estilo y enfoque se ha convertido en una religión para millones de jugadores, que disfrutan sufriendo con el aprendizaje que produce morir en esta aventura. Se puede definir fácilmente como un "Dark Souls de mundo abierto", pero eso es quedarse muy lejos de lo que realmente aporta Elden Ring, que llega dispuesto a volver a revolucionar el mundo de los videojuegos con una concepción que, sin duda, aspira a juego del año... y de la generación.
Supongo que habrá visiones para todo y encontraremos, cuando salga, quienes se quejen de que las animaciones son prácticamente las mismas que en Dark Souls. Esos que ponen el grito en el cielo por el reciclaje de acciones mundanas y que luego encabezan las batallas contra el crunch. Creedme, os olvidaréis de ello en segundos. Sí que me ha parecido algo menos elegante el adentrarme en una caverna llena de lobos y que el mini-jefe que está cruzando la niebla tenga exactamente los mismos movimientos que el Simio Guardián de Sekiro. Pero nada que empañe la majestuosidad técnica y sobre todo artística que tenemos ante nosotros.