Aviso: El texto puede incluir spoilers de Sekiro: Shadows Die Twice
Sí, sé que Sekiro salió hace ya más de año y medio, pero lo bueno de los grandes videojuegos es que se convierten en atemporales y uno los disfruta cuando puede o considera oportuno.
El caso es que estoy enamorado de Sekiro desde que vi sus primeras imágenes pero, al ver las impresiones de compañeros en sus análisis, confirmaba lo que pensaba: no era para mí en ese momento. Estaba atravesando una mala racha personal, con ansiedad y mucho estrés. De hecho, me salió una calva en la cabeza que se me ha quitado hace apenas unas semanas. Jugarlo, solo me iba a generar más ansiedad y decidí posponerlo, a pesar de que me moría de ganas.
Aunque mi situación tampoco es que haya mejorado exponencialmente, hace algunas semanas decidí animarme a comprar Sekiro. No fue un arrebato. Han sido meses muy duros para todos y necesitaba algo que me pusiera a prueba y me llevara al límite. Un reto. Un chute de adrenalina en tiempos en los que la pandemia ha llenado de monotonía nuestras vidas.
Algo que, de alguna forma, me ayudara a transformar el "no puedo" al "lo voy a conseguir", y esto es algo extrapolable a todos los ámbitos de la vida.
Así empecé Sekiro, con el objetivo de dedicarle el mayor tiempo posible y evitando tocar otros juegos salvo causas de fuerza mayor -en mi caso, por trabajo-. Como suele ocurrir en los juegos de From Software, es un juego en el que prima el 'timing' a la hora de enfrentarnos a cada uno de los enemigos de la aventura. Pasar un tiempo sin jugar es prácticamente un suicidio; y yo he tenido que encarar un par de semanas sin poder coger el mando, tanto por motivos laborales como por haber tenido una mudanza en el camino.
El caso es que sabía de sobra que el camino no iba a ser fácil. Había seguido algún que otro streaming de referentes de la comunicación como Outconsumer, a quien le seguí en su día combatiendo a Genichiro, el combate que es el punto de inflexión en la aventura. Donde mucha gente desiste de intentarlo; y eso que es en la parte inicial del juego. El caso es que, no sin dificultad, me lo cargué considerablemente rápido. Y no veáis la motivación que me dio.
En ese momento, me sentía invencible, el corazón me iba a mil. Es ahí donde reside la verdadera esencia de Sekiro, en el momento de liberación tras vencer un combate imponente y en, sobre todo, el proceso para llegar a la victoria, mecanizando, mental y muscularmente cada patrón del enemigo.
Pero sabía que no tardaría en llevarme alguna buena hostia. Ya me comentaron por Twitter que me esperase al Simio. Y sí, sufrí de lo lindo, pero también le machaqué en menos tiempo de lo previsto: el reloj me registró 136 pulsaciones el punto álgido de ese combate. Otra vez me sentía invencible; de hecho, más adelante te enfrentas a dos simios y diría que es una representación perfecta de lo que es este juego. Al principio, crees que no vas a poder nunca vencer al Simio Guardián, pero cuando te encuentras con dos, sabes que lo vas a conseguir más pronto que tarde.
Y con cierta soltura y algún que otro problema, como en la vida, fui capaz de llegar al jefe final. Llevo una semana con él y aun no he conseguido matarlo. Mientras jugaba a Sekiro me planteaba hacer un artículo así, pero quería hacerlo habiendo completado el juego. No he sido capaz, todavía.
Una semana con el mismo jefe final es algo que no me había pasado en la vida. Me sentía un inútil y un paquete extremo. Pero, desahogándome por Twitter, he visto cómo mucha gente me ha comentado que se han llegado a tirar semanas y meses para derrotarlo. Al mismo tiempo que me daban ánimos.
Esto me pareció un ejercicio brutal de empatía. Personas que lo han pasado tan mal como yo en este punto, pero han salido hacia adelante. Con empeño, y paciencia. Cada persona vive sus propias batallas y el jefe final de Sekiro puede ser un perfecto ejemplo del proceso con el que se debe encarar prácticamente cualquier problema que tengamos en nuestro día a día. Por mucho que pensemos que no lo vamos a conseguir, con perseverancia y motivación, todo se puede. Por mucho que cueste, por mucho que nos haga sufrir o llorar. Ningún objetivo difícil se consigue sin ponernos al límite.
Todavía no me he pasado el juego, actualizaré en cuanto lo haga. Pero no pienso rendirme. Sea pronto o sea tarde. Sé que voy a ser capaz, aunque haya dejado en algún WhatsApp que no puedo hacerlo. Ha llegado un punto en el que la historia del juego me ha dado un poco igual, simplemente he querido ponerme a prueba. Me tiene tan absorbido que he llegado incluso a soñar con el juego, como un problema de esos que no desaparece y al que necesito buscarle solución.
Me llevo una enseñanza enorme en este camino, tan lleno de piedras como gratificante. Sekiro me ha vuelto a marcar a fuego el camino de la lucha y el esfuerzo para conseguir los objetivos, de no darme por vencido. Unos valores que cada uno puede aplicarse a diversas disciplinas, de la vida, laborales, sentimentales... Otra muestra más de que los videojuegos son el medio perfecto para llegar a donde otros no pueden.
Tened claro que podéis con todo. No os rindáis.
ACTUALIZACIÓN: La noche tras publicar este texto, tras más de 200 o 300 intentos, lo conseguí. Adjunto vídeo del final del combate.