Red Barrels, igual que Bloober Team, ha conseguido hacerse un hueco entre los estudios más destacados en lo que ha realización de proyectos de terror se refiere. La compañía dio un fuerte golpe sobre la mesa en 2013, con la primera entrega de Outlast. Como periodistas, debíamos adentrarnos en las entrañas de un manicomio repleto de lunáticos terroríficos. Equipados, únicamente, con una cámara con visión nocturna para grabar todos los hechos que veamos en ese espeluznante lugar al que ya os adelantamos que no iríamos ni cobrando una millonada. La segunda entrega, lanzada allá en 2017, sigue los mismos pasos que la primera en cuanto a mecánicas, a excepción de ligeros cambios, pero básicamente la esencia es la misma. En la segunda parte, sin embargo, debemos escapar de una especie de lugar en el que habitan unos sectarios con cara de pocos amigos y que no dan precisamente la bienvenida a los extranjeros.
La compañía unió aquí todo lo que Resident Evil y Silent Hill presentaron en cuanto a survival horror se refiere (eliminando las armas y la posibilidad de defendernos) y lo interpretó en una primera persona que no solo nos sumerge más, sino que además nos obliga a capturar lo que estamos viendo a través de esa cámara que portamos, por lo que nos "obliga" a prestar una mayor atención a los detalles y todo lo que se nos muestra, evitando así que el jugador haga trampas y haga el viejo truco de taparse la cara en momentos clave.
Investigación, exploración, puzles, recolección de objetos... Las dos entregas de Outlast son un material de terror perfecto que atrapan al jugador durante un buen puñado de horas. Y, eso sí, nada de sistema de combate o defensa. Aquí, solo vale correr. Y a veces de poco sirve.