Cuando la crisis se ensañó con España en 2008, un experto en economía nació dentro de cada uno de nosotros. Todos tenían un diagnóstico y los más optimistas, hasta predicaban sus propias recetas para solucionar el problema. Incluso en las barras de los bares era fácil escuchar conversaciones sobre la gestión de tal o cual político en lugar de la tradicional charla de la posible alineación del equipo de fútbol local.
Una de las cosas que aprendimos los que por entonces éramos unos imberbes en esta disciplina es que el capitalismo es así. Uno puede aceptar el juego, pero no cambiar las normas y las fluctuaciones cíclicas de la economía golpean fuerte en este mercado supuestamente autorregulado que funciona en el mundo globalizado. Podía haberse gestionado mejor o peor, pero estaba destinado a suceder. Una vez cada quince años, dicen… pero que vez.
El Counter-Strike en España está viviendo un proceso similar. Cada vez más clubes deciden bajar la persiana de sus secciones en el shooter de Valve o darle la espalda a los jugadores nacionales. Una búsqueda de prados más verdes que se ha convertido en un círculo vicioso. Desde la salida de Mixwell, que parecía una mera anécdota dolorosa para los fans de CS:GO, han sido muchos los jugadores y equipos que han seguido sus pasos para abandonar al decano del deporte electrónico moderno.
Competiciones y clubes
Si utilizamos la Superliga Orange 2019 de LVP para establecer un marco de referencia con los doce equipos que participaban en ella, esto es lo que ha pasado desde entonces:
- Siete han desaparecido o cerrado sus secciones de CS:GO
- Tres han apostado por quintetos internacionales
- Movistar Riders combina españoles e internacionales
- Team Queso mantiene un quinteto de jugadores nacionales
En una escena efervescente como es la de los deportes electrónicos, el desastre comenzó a forjarse delante de nuestras narices sin que nadie le prestara atención. El primer paso fue, probablemente, la decisión de los equipos de la Asociación Española de Clubes de Esports (ACE) de desvincularse de la LVP para crear su propia competición en el año 2020. Los gigantes de la liga dejaban su plaza para aquel que la quisiera y plagaban una de las competiciones más exitosas de equipos de segunda línea.
No se trata esta de una tarea que quiera desmerecer a clubs como ZERØZONE, QLASH o cualquiera de los que intentó presentar alternativa. Sin embargo, la masa social que pueden generar comparada con Vodafone Giants o MAD Lions es ínfima y su experiencia gestionando un esport tan particular como Counter-Strike no ayudó nada a volver a generar interés por la competición.
De la mano de esta situación, nefasta en sí misma, también tuvimos un año cargado de competiciones que no cumplían con el principio de jerarquía y fragmentaron al público. La Orange Unity League (LVP), la ESL Masters CS (ESL) y la One Tap (Cabal Esports) trataron de imponerse como la liga de referencia en el sector. Cada una presentada en un formato diferente y con equipos distintos. Todas con tanto derecho como la anterior de luchar por hacerse con su cuota de mercado.
CS:GO es un deporte electrónico diferente. Valve ha creado un mercado abierto y nunca se inmiscuye en términos de estructura competitiva. Un planteamiento casi antagónico al de Riot Games, que en Europa cuida cada peldaño de la competición generando una estructura similar a la del deporte tradicional: una única liga nacional o regional y una estructura supranacional donde compite lo mejor del continente.
Cada formato tiene sus puntos positivos y negativos, pero desde una perspectiva de aglutinar a la audiencia es incontestable que la idea de Riot Games de reducir todas las competiciones a una es excepcional. Como decía el Rey Robert en el quinto capítulo de Juego de Tronos, un puño golpea mucho más fuerte que cinco dedos. La metáfora se explica sola.
El drama de los jugadores
El cainismo se ha establecido como dogma en la competición de Counter-Strike. La lista de jugadores que han abandonado el juego se multiplica y todos y cada uno de ellos son considerados el nuevo Luis Figo. Enumerarlos todos es interminable y agruparía a los máximos representantes españoles del juego en el continente europeo, pero también a quienes durante años fueron la vanguardia nacional. Mixwell, loWel, DonQ, Yuri, dragunov, scarx…
La retahíla de nombres podría continuar y apunta a hacerse mucho más grande. Sin embargo, ¿qué salida le quedaba a esos jugadores? Los clubes empezaban a apostar por escuadras internacionales con la esperanza de reconducir la situación derribando la frontera nacional. Solo x6tence y Team Heretics tuvieron algo de éxito mientras que los demás no fueron capaces de establecerse como agentes relevantes del panorama europeo y presentaron proyectos que tampoco invitaban al optimismo.
Movistar Riders fue otra piedra en el camino. La superplantilla fichada en verano de 2018 parecía llamada a llevar a España de vuelta a los Majors con un equipo patrio, pero acabó siendo víctima de las expectativas de los aficionados. Fueron capaces de ilusionar a la comunidad como nadie, pero también de hacer que calara un mensaje entre el público: el talento nacional llega hasta donde llega.
Además, el hecho de que los jinetes se hubieran hecho con los mayores talentos españoles también puso en una situación muy complicada al resto de equipos: asumir un segundo puesto constante, preparar un plan a años vista o apostar por equipos internacionales mucho más baratos que pudieran llegar a competir contra el equipo azulón. La elección, en muchos casos, fue esta última.
Si de los jugadores que militaban en la Super Liga Orange de LVP en 2019 el 88% (54/61*) eran jugadores españoles, el año siguiente la representación descendió hasta solo el 32% (16/50). Teniendo en cuenta que cuando comenzó la Orange Unity League no teníamos apenas noticias del lanzamiento de VALORANT, está claro que el problema viene de mucho antes y que el trasvase al juego de Riot es la consecuencia y no la causa.
*Contabilizando a Shhhak, Emenk y Scarx como jugadores nacionales
VALORANT
Si retomamos la metáfora de la crisis económica, VALORANT es la economía sumergida. Una escapatoria hacia delante a la que se ha forzado a muchos jugadores. Habría que eliminar, claro, la connotación negativa. Sin embargo, sigue las mismas bases que el título que estaba aquí antes que él y ofrece a los jugadores la posibilidad de reciclarse profesionalmente para seguir siendo haciendo de los esports una forma de vida.
España es territorio Riot y desde la irrupción de League of Legends hemos contado con grandes referentes en el sector. En el caso del MOBA tuvimos a Enrique “xPeke” Cedeño, Carlos “Ocelote” Rodríguez y hasta al equipo al completo del por entonces llamado Giants Gaming compitiendo en el máximo escalón europeo durante varias épocas del juego. Lo justo como para no descarrilar nunca el tren nacional.
Lo explicaba Fernando Cardenete en un video en el que hablaba de la importancia de los referentes construyendo su discurso en referencia a la serie de Gambito de Dama. Es cierto que hay un claro componente de género en la obra de Netflix que comparte el periodista en su discurso y que no pretendemos vaciar con esta analogía en la que extirpamos tan necesaria reivindicación, pero una de las cosas que faltan en lo referido al Counter-Strike es una persona que represente lo que en la ficción hace Beth Harmon.
Las dos figuras más relevantes en cuanto a éxito deportivo de la época Global Offensive han tomado la decisión de pasarse a VALORANT y están dominando la escena. Mixwell dio el salto a G2 Esports en primer lugar y legitimó la decisión con resultados. Algo que probablemente propició que más tarde se sumara loWel de la mano de Team Heretics. Quedaron fuera del tablero los dos únicos españoles que habían participado en un Major. A esto hay que sumar una retirada de Antonio “FlipiN” Rivas de la que hablaremos más adelante.
El Counter-Strike patrio estaba tocado mucho antes de que Riot Games lanzase VALORANT al mercado. Echarle la culpa de todos los males a un nuevo juego es una estrategia infantil y que imposibilita la recuperación de uno de los deportes electrónicos clásicos de la escena española. Un intento de externalización tal y como lo describen los manuales que solo nos quita energías de la verdadera tarea: mirar hacia dentro y repasar todas las cosas que se han hecho mal durante estos años.
Francia, por ejemplo, se ha convertido en una de las escenas más prolíficas del CS:GO internacional. Cuentan con un Team Vitality que está actualmente en lo más alto y una representación todavía considerable en G2 Esports. Incluso Team Heretics fue capaz de tener buenas actuaciones hasta una inesperadísima implosión que se completó hace apenas unas horas. Lo que no recordamos cuando hablamos de nuestros vecinos norteños es que su buen momento llega después de lo que parecieron cuarenta años en el desierto.
Solo la irrupción de ZywOo fue capaz de despertar un esport que estaba dormido en el país galo y que parecía que nunca iba a revivir su periodo glorioso. Un jugador que apenas acaba de cumplir los 20 años encargado de aumentar audiencias y traer de vuelta a primera línea el Counter-Strike en su Francia natal hasta el punto de convertirse en superestrella.
La evolución del deporte electrónico
Al final, las fuentes consultadas de los clubs profesionales coinciden en lo mismo: las audiencias no justifican la inversión. Sin embargo, esta situación es como la anotación de parada cardiorrespiratoria en el informe forense como fin último de un deceso. Cruda y certera, pero que no atiende a las causas subyacentes.
Los esports han seguido un camino paralelo al del resto de espectáculos deportivos. Esta última es, de hecho, la categoría desde una óptica de sociología del deporte utilizada para hablar de fenómenos como el fútbol de masas en Europa o la NBA. Ecosistemas en los que el resultado puede tener mayor o menor valor, pero ha dejado de ser el aspecto centralizador del éxito.
Todos los equipos que ganan son exitosos si la disciplina es suficientemente grande. Sin embargo, hay otras formas de asegurar rentabilidad en la inversión. Hasta el más purista deberá considerarlo como la factura que debe pagar para que el verdadero show pueda continuar, y es aquí donde vuelve a entrar en juego el referente universal del Counter-Strike nacional.
FlipiN era un jugador hecho de otra pasta. Uno de los pocos que combinaban su carrera con la creación de contenido y que, aún hoy en día, ha sido capaz de generar afición por sí mismo con TGD. Pueden decirse muchas cosas sobre ese equipo, pero entre todas destaca la verdad última de que, pese a ser lo que es, es el que más aficionados tiene en toda la escena española.
Hay pocos jugadores en España con el suficiente tirón mediático como para mover a la audiencia. Una situación que acaba siendo negativa para los espectadores y que se suma a los pocos contenidos creados por los clubs como una de las causas extra que agrava la crisis. Las actividades económicas que no tienen valor en sí mismo mediante la compraventa directa de bienes o servicios son, al final, puro marketing.
Esto no debería ser vergonzante en ningún caso ni tomado como un ataque. Sin embargo, poco es todo aquel esfuerzo que colabore en el aumento de la audiencia y cualquier aficionado al Counter-Strike español sabe que, en muchas ocasiones, se deja el sacrificio en manos de la afición, haciendo que el fino hilo del que prenden los esports sea su responsabilidad.
No es el fin del mundo
Cuando la crisis económica golpeaba con más fuerza, había una frase muy gallega que en la comunidad escuchabas a diario: “nunca choveu que non escampara”. Es casi un superpoder que tenemos los gallegos que, entre tanta borrasca, sabemos que en algún momento del año acabará llegando otra vez la época de salir a la calle desabrigados.
El Counter-Strike vivió su propia crisis a comienzos de la década. Quizás nos hayamos olvidados de que el mismísimo FlipiN se había retirado del juego o de las quejas que había en aquella época debido a la falta de competiciones presenciales. Una situación que fue mucho más global que regional pero que era vista ya no como el fin de la competición en el shooter de Valve, si no como el apocalipsis de los deportes electrónicos.
Diez años después de que la prima de riesgo tocara su máximo histórico aquí estamos lidiando con el coronavirus. También con la vuelta de esa crisis insuperable del Counter-Strike que parece el segundo retorno de los jinetes del apocalipsis.
El CS:GO español todavía tiene que tocar fondo y aprender de sus errores para recuperarse. El proceso está en la mano de clubs, organizadoras de torneos, jugadores y aficionados. Un colectivo que debería empezar a pensar en golpear como uno solo y asumir que vienen años difíciles, pero también en que las crisis se acaban y siempre deja de llover.
El triunfo de Team Heretics no tuvo la relevancia en la escena nacional que merecía. Su escuadra española cuajada de jugadores franceses no ha despertado la simpatía esperada y plantea preguntas sobre el sentimiento de localidad en los deportes electrónicos.
