Wimbledon es uno de esos lugares con magia en la historia deportiva. La localidad solo tiene unos 100.000 habitantes, sin embargo, tiene el duende de alojar una de las máximas competiciones de tenis. Sobre el verde se baten el cobre personalidades a la altura de Nadal, Federer o Djokovic. Aunque algo más desconocido, también hay en la localidad un equipo de fútbol que tiene una relevancia capital.
El A.F.C. Wimbledon es un club humilde propiedad de sus aficionados. El equipo se refundó después de que el Wimbledon F.C. se convirtiera en el MK Dons. Los aficionados no se sentían representados por un equipo asentado en Milton Keynes. La nueva sede estaba a apenas unos kilómetros de la original, pero ni estadio ni nombre ni localización convencieron nunca a los aficionados.
Todavía duele esa decisión, responsabilidad de la Football League. Uno de los máximos estamentos del fútbol inglés había traicionado a los hinchas en pos del beneficio de los propietarios permitiendo el traslado. Casi como cuando los Isótopos se iban de Springfield en aquel capítulo de Los Simpson. El respeto a la localidad siempre ha sido uno de los elementos diferenciadores del fútbol inglés y del deporte tradicional.
Más allá de las sempiternas reivindicaciones de los esports como homólogos a la secular práctica deportiva, esta es una situación a la que no se le ha dado la relevancia que merece. El aspecto fundamental del deporte es su espíritu de localidad: el “support your local team” que mueve buena parte del fútbol y el arraigo a una tradición y una cultura autóctona que se resiste a volar por los aires pese a los esfuerzos de las grandes empresas deportivas.
Es evidente de dónde son los equipos de fútbol, de baloncesto o de hockey sobre patines. Con contadas excepciones, todos han portado el escudo de armas de su ciudad en uno u otro momento hasta adquirir su identidad propia. Como curiosidad, muchos clubs ingleses que se ponen en contacto con la Real Sociedad piensan que “Sociedad” es el nombre de la ciudad, pues no conciben que un equipo no tenga como apellido el topónimo de la localidad.
Los esports, por otra parte, responden a patrones habituales en la sociedad globalizada. Los equipos están, en el mejor de los casos, asociados a países o regiones continentales. Cloud 9 es una organización de Norteamérica, sin embargo, representan a Londres en la competición franquiciada de Overwatch. Esta situación se vivió con total naturalidad. La falta de arraigo local en los esports no es necesariamente un problema, pero si plantea una duda evidente: ¿de dónde son los clubs de esports?
Heretics y Movistar Riders consiguen un logro histórico
Heretics consiguió clasificarse al próximo Minor de CS:GO. Este logro, que puede dar acceso al torneo más importante de todo el Counter-Strike, fue mínimamente celebrado por la comunidad. Pese a tratarse del primer gran hito de un club español de deportes electrónicos en esta versión de Counter-Strike y venir de la mano de uno de los equipos más carismáticos, no se le dio la repercusión que merece.
El club de los herejes es uno de los que cuenta con más seguidores de todo el panorama nacional junto a Movistar Riders, x6tence, Vodafone Giants y MAD Lions. Las cifras de aficionados a la disciplina verdinaranja son abrumadoras y nos dejan los ojos haciendo chiribitas, pero no parece que los jugadores de Team Heretics hayan sido capaces de conectar con la comunidad como si lo hacen otros clubs españoles. La clave: son mayoritariamente extranjeros.
La cercanía geográfica e idiomática condiciona el seguimiento de una división del club que ha hecho grandes esfuerzos por contentar a los aficionados. Team Heretics se aseguró contar con una plantilla competitiva haciéndose con el núcleo de los jugadores de FrenchFrogs cuando estos no tenían un club al que representar. El quinteto ofrecía garantías de éxito a la organización española que fue realizando cambios hasta conseguir cerrar la formación.
Ni traer de vuelta a la vida a KioShiMa parece haber sido suficiente. Tras lograr la hazaña histórica de clasificar a una organización española a un Minor de CS:GO, sus epopeya quedó en segundo plano. Los focos se fueron rápidamente a Movistar Riders, que se la jugaba en el cuadro de perdedores para, ellos sí, conseguir la machada.
Afortunadamente, los jinetes también consiguieron la clasificación. La escuadra de Riders cuenta con cuatro jugadores españoles tremendamente respetados por la comunidad. Es fácil comprender que su logro despierte mayores simpatías, pero no por ello debemos desacreditar a Team Heretics como el primer club español en conseguirlo. Puede que no haya desarrollado el talento patrio, aunque no será por no haberlo intentado.
Pese a que sus jugadores no hayan competido habitualmente en ESL Masters, SuperLiga o Divison de Honor; hay que valorar la situación de forma justa. El triunfo de Team Heretics es tan beneficioso para el panorama de los esports nacionales como el de Riders. Sus estructuras son locales, sus trabajadores están dentro de nuestras fronteras y su éxito repercute de forma positiva. Incluso sin entrar en terreno sentimental y quedándonos solo en un planteamiento puramente pragmático, es una victoria tremendamente importante.
Los aficionados deciden
El estudio de la sociedad llega, en ocasiones, a un callejón sin salida. La relevancia de la realidad queda socavada por lo que se experimenta, intuye y presenta como real. En cierto modo, no importa de dónde demonios es Team Heretics, solo de dónde cree la gente que es.
Es una sensación algo extraña. Nadie dudaría de que los quintetos anteriores de los herejes eran españoles. Nunca se pondría en tela de juicio su éxito ni se descafeinaría su triunfo si lo hubieran conseguido con al menos un jugador nacional en la plantilla.
Esta situación plantea preguntas. Los aficionados de los deportes electrónicos quieren resultados, sin embargo, no es la única exigencia. Las buenas posiciones y los logros parecen supeditados al seguimiento de unas normas no escritas para que la afición pueda conectar con los jugadores encargados de realizar los hitos.
Heretics ha creado buenos contenidos relacionados con su escuadra de Counter-Strike, pero sus éxitos no se sienten como propios. Por mucho que el club hace encomiables esfuerzos por hacer que esta escuadra conecte con la comunidad, el hito ha sido celebrado con mayor efusividad en París que en Madrid. En definitiva y pese a tratarse de uno de nuestros grandes clubes, los aficionados no parece que se acaben de identificar con él.
Hijos de nuestro tiempo
Los esports, deporte o no, no dejan de ser los hijos de nuestro tiempo. El relevo generacional ha abierto una amplia gama de posibilidades laborales impensables. Los medios podemos dar buena cuenta de ello, pues desde nuestros hogares tenemos las herramientas necesarias para realizar un texto que puede ser leído por una persona que se encuentre a un océano de distancia.
La globalización ha tenido normalmente connotaciones negativas. Más allá de los sesgados discursos ideológicos, es evidente que no todo son malas noticias. Los esports serían impensables en tiempos pretéritos. Su evolución se ha ligado estrechamente al auge de los videojuegos y las formas de ocio contestatarias a la generación de nuestros padres.
Los cambios en los patrones de ocio crean nuevas formas de ver el mundo y se liberan del yugo de la localización. Un club de esports no necesita ser de tal o cual región salvo que base su estrategia en ello. En España hemos tenido algunos intentos de estrechar lazos con las localidades, sin embargo, son algo improductivos.
Sí, los clubs de esports españoles están haciendo un grandísimo trabajo. A partir de la localidad se puede generar por defecto cierta masa de aficionados, pero probablemente haya pocos que asocien Alicante y x6tence. A nivel funcional, el mejor recurso operativo es asentarse en una de las grandes ciudades españolas. Madrid y Barcelona son enclaves estratégicos a nivel demográfico y de márquetin, lo que permite a los equipos desarrollar sus actividades en lugares cercanos o de fácil acceso desde esos núcleos poblacionales.
Quizás Vodafone Giants pueda parecer algo excepcional en ese sentido, pero es evidente que la relación con Málaga tiene idas y venidas. El club trata de representar los valores de la provincia andaluza, pero no tiene problemas en asociarse con el Sevilla y representar a los “enemigos naturales” de los habitantes malagueños en FIFA.
Sin embargo, esto no es Milton Keynes y Wimbledon. Los grandes estamentos que rigen los deportes electrónicos nacionales no necesitan desarrollar el arraigo local y deben de centrar los esfuerzos en crear vínculos sentimentales con marca y club. La plantilla francesa de Heretics terminará por abandonar la disciplina de los herejes antes o después, pero los colores permanecen.
Los deportes electrónicos son un producto del siglo XXI. La historia de estos se dilata más en el tiempo, pero los límites se difuminan. Puede que no tengamos favoritos en la LEC, sin embargo, la narrativa de la región europea hace que la inmensa mayoría de nosotros prefiramos a un equipo europeo levantando la Copa del Invocador.
La frontera se relativiza y el sentimiento de localidad se jerarquiza de manera cambiante. El apoyo se sigue ofreciendo a los equipos que más vinculados están con la tierra que consideramos como nuestra, pero el enfoque se transforma en función del tipo de torneo. Operan los mismos patrones racionales, pero se reinterpretan para adaptarse a unos tiempos y medios en los que representar a tu ciudad o pueblo sería una limitación autoimpuesta.