Cuando el Liverpool encaminaba el primer título de Premier League de su historia, el mundo se detuvo. Treinta años de sequía en los que el club no había podido levantar el trofeo más importante del fútbol inglés estaban a punto de terminar hasta que el coronavirus se cruzó en el camino de todos. Una enfermedad de la que habíamos oído hablar, pero que por entonces sonaba a poco más que uno de tantos simulacros de pandemia.
Desde aquel día hasta hoy más de un millón de vidas acabaron antes de tiempo en todo el mundo. Una triste realidad que, por si ser la guadaña de esa caricaturesca representación occidental de la muerte no fuera suficiente, también nos ha arrebatado la normalidad. Debimos despedirnos de juntarnos con los amigos, ver a esa persona especial o simplemente de sacar a pasear a nuestra mascota para llenarnos los pulmones de aire fresco. Debimos decir adiós, en definitiva, a lo de toda la vida.
Entre estos sacrificios necesarios, estaban las competiciones deportivas. El fútbol paró durante meses y dejó cariacontecidos a los aficionados “reds”. Estaban tocando el cielo con los dedos y tenían más de una veintena de puntos de ventaja con respecto al Manchester City de Guardiola. Ante una situación tal, hasta se plantearon decretarlos como campeones. Teniendo en cuenta que no sabían cuando iba a poder volver la liga, parecía una situación lógica.
Fue en esa incertidumbre en la que alguien dijo “ganarán la liga, sí, pero siempre serán campeones con asterisco”. Esa pequeña estrella extirpaba el mérito. Amargaba la fiesta a una afición que llevaba décadas esperando. Los niños de los noventa todavía no habían podido ver a todo un histórico como el Liverpool campeonar.
Sin embargo, cuando unos meses después se pudo retomar la competición, salió la vena más reivindicativa de Jürgen Klopp. El técnico alemán retomó las palabras que alarmaron a los hinchas y sentó cátedra: “Pónganle un asterisco, así se reconocería que el Liverpool ha ganado el título en las circunstancias más desafiantes de la historia de la Premier League”.
Además de audaz, Jürgen mostró al mundo del deporte una forma completamente distinta de entender la situación. Las competiciones de este año, lejos de ser las menos valiosas de la historia, han puesto a prueba una facultad que entre los atletas de élite no siempre se desafía a tan alto nivel: la entereza mental.
Ni los más puristas defensores de que los esports no son un deporte serían capaces de negar las similitudes evidentes. Desde una óptica de competición los paralelismos son extremos y, aunque la Grieta del Invocador no huela como el césped del centenario Anfield, lo cierto es que las situaciones psicológicas que deben enfrentar los jugadores son bastante similares. Quizás, en esta ocasión, se trate de un momento en el que los esports son incluso más complicados.
El ejemplo de G2 Esports y Fnatic
No es casualidad que a lo largo del presente campeonato mundial de League of Legends 2020 hayamos asistidos a dos hitos tan históricos como desafortunados para los equipos europeos. Los británicos tendrán que llevar el sambenito de haber sido el primer equipo en recibir un “reverse sweep” durante unos Worlds y los samuráis han entrado a la historia al protagonizar con una dolorosa derrota en la partida más rápida de los mundiales y la primera en la historia que acaba en menos de 20 minutos en la competición.
Bajar los brazos es más fácil y tentador que nunca. Incluso la vuelta a casa puede ser más dulce que la gloria cuando todo lo que necesitas es un respiro que todavía no ha llegado. La disputa entre lo que uno quiere y lo que necesita se convierte en un duelo en el que no siempre va a ganar la responsabilidad.
No se trata de que los jugadores no hayan querido levantar la copa o que los aficionados no puedan estar decepcionados. La frustración es lógica, pero debe de dar paso a una reflexión sobre el verdadero mérito de los jugadores de uno y otro equipo. No poder asumir un desafío extra nunca debería ser sinónimo de fracaso, y, si no, que levante la mano quien no haya fracasado nunca.
El mundial más difícil de la historia
No tenemos que irnos muy lejos para darnos cuenta de que, para muchos, este campeón de Worlds 2020 también va a ser un ganador con asterisco. La encarnizada pelea de MAD Lions y Rogue durante la LEC ya estuvo acompañada de comentarios en los que se catalogaba, especialmente al conjunto de los pícaros, como una motito. El análisis sesudo del contexto dejó pasó a alusiones a la defensiva sobre que no se estaba jugando en el escenario y cómo eso podía beneficiar a algunos equipos y perjudicar a otros.
Aunque había algo de realidad en esas palabras, también eran del todo injustas. La adaptación al juego ha sido un valor a lo largo de toda la historia de League of Legends. Un concepto normalmente aplicado a los diferentes parches que van llegando de forma quincenal y no a las situaciones externas. Sin embargo, el contexto no es solo lo que pasa en la Grieta del Invocador y en el caso dos conjuntos revelación de la pasada competición europea se analizaba como una ventaja a priori y no como una muestra de resiliencia.
Por muchas veces que nos olvidemos de ello: los jugadores profesionales son personas. Con sus buenos y sus malos momentos. Ellos también han vivido una de las etapas más duras de su vida y habrían querido olvidarse de la Gaming House para viajar y juntarse con padres, abuelos y hermanos. En MAD Lions, G2 Esports y DAMWON Gaming se habrán vivido problemas similares. La importancia de las relaciones familiares es uno de los pocos aspectos transversales a las culturas norte-sur u oriente-occidente.
Atacando de forma frontal el tema, ni DAMWON Gaming ni Suning serán menos campeones de lo que en su día lo fueron sus predecesores. El hecho de que históricamente hayan sido dos muy buenos equipos en los entrenamientos no ha ayudado a que nos tomemos en serio lo que han conseguido hacer a lo largo de este año. Sin embargo, quizás el foco que habría que poner no es en si existe o no correlación, si no en por qué el resto de los equipos teóricamente más talentosos no son capaces de hacer las cosas como ellos.
Tratar de pensar en si cualquiera de estos dos equipos sería capaz de ganar al Invictus Gaming de 2018 o al SK Telecom de 2016 es hacer un ejercicio de League of Legends ficción del que es imposible sacar una conclusión y, en caso de hacerlo, sería del todo irrelevante. El contexto actual, pandemia incluida, es el que es. Que no sea el momento de ser tan crítico con equipos y jugadores como en un año normal es una cosa y extirpar el mérito al logro de otros una bien distinta.
Las circunstancias han sido las más difíciles de la historia y han puesto a prueba la faceta más personal de los jugadores. En términos generales podemos estar más que satisfechos con el nivel de estos Worlds 2020. Que al final de la tormenta haya un cielo dorado no implica que mantener la cabeza alta sea más sencillo, aunque hay que premiar a los que saben que nunca caminan solos.
Cuando vemos una estrella del deporte, sólo vemos los lujos actuales que disfruta o envidiamos su fama. Sin embargo, detrás de una carrera deportiva hay toda una vida de esfuerzos. Y nadie se ha esforzado más que huanfeng, el tirador de Suning Gaming que está asombrando en estos Worlds 2020.
