No cabe duda de que anoche se celebró en el Palau de la Música Catalana de Barcelona uno de los eventos del año. Los Premios ESLAND congregaron unas audiencias superiores al millón de señales concurrentes en la parte final, así como los diversos protagonistas coparon los Trending Topics más relevantes de la noche en Twitter.
La fórmula, eso sí, no fue en absoluto novedosa. Todo arrancó con una alfombra roja bastante similar a premios con décadas y décadas de historia como los Emmys o Globos de Oro, parones para anuncios parecidos a los de la señal de televisión, y una estructura e imaginería prácticamente calcada a galardones como los patrios Goya, con incluso sketches y momentos musicales.
Como consumidor, yo no tengo ningún problema con esto, pero sí que parece razonable esperar más de una generación de creadores de contenido que están llamados a revolucionar la comunicación en español. No porque no sea un gran evento, que a todas luces lo fue, sino por esa sensación de querer emular lo que justo una generación en bloque rechaza, como es el entretenimiento tradicional.
No es el qué, es el quién
Hace unos cuantos meses escribí sobre Marbella Vice que no me parecía "la revolución del entretenimiento prometida", y añadí que "la sensación que me queda como espectador, incluso evaluando el fervor de los fans, es que he llegado a la conclusión de que no es tanto lo que suceda, si no quién hace que suceda. Continente sobre contenido, si lo queréis ver así".
Si lo comparamos con el entretenimiento tradicional, propio de la televisión, la verdad era que no se trataba de algo revolucionario en fondo (hola, realities); aunque sí en forma: la plataforma es nueva, los actores también y las posibilidades de un macroservidor nos trasladan a ese enésimo cambio de paradigma pregonado por los entendidos (y quien quiere sacar tajada) llamado metaverso.
Tiempo ha pasado desde entonces, y mi opinión sobre ese caso en concreto no ha cambiado, pero sí que se ha moldeado la que tengo sobre lo que debo esperar. Y eso es porque aunque toda una generación rechace en bloque el "cómo", lo que realmente buscan es ser ellos el "quién". Bastante peso en mi cambio de parecer tiene la lectura de "El Muro Invisible" de Politikon, que nos habla de las dificultades y de la falta de representación en instituciones del sector más joven.
Los escritores del libro hablan en términos políticos, pero bien podríamos hablar en términos mediáticos. Los directores de los grandes conglomerados televisivos en España llevan siendo los mismos muchos lustros, mientras el espectáculo puro y duro emanaba prácticamente de un único productor hasta hace 4 días como es el caído en desgracia José Luís Moreno.
Internet venía a cargarse todo esto, pero son muchos los creadores de contenido que han abrazado ofertas de medios y empresas tradicionales durante este tiempo, aunque sean plataformas más afines a los jóvenes, como flooxer o playz. El statu quo que menciona "El Muro Invisible" está defendido por quienes ya estaban dentro del sistema, y para ello necesita outsiders como estos creadores de contenido.
Pero ESLAND, Egoland, Marbella Vice y toda esta serie de eventos no dejan de estar fuera de esta burbuja. Son contenidos creados por referentes del sector del streaming, pero que en esencia no dejan de querer emular lo que sus fans rechazaban en la televisión tradicional. A veces tenemos ejemplos de esto, como que la gala de los Oscar lleva años perdiendo audiencia (y marcó su mínimo histórico en 2021); como de lo contrario, con multitud de jóvenes rechazando los realities de boquilla a pesar de que 'La Isla de las Tentaciones' ha sido el programa más seguido por los jóvenes en los últimos 20 años.
Esto es lo que he llamado el "efecto hamburguesa vegana". Sé que es un charco muy grande y muy profundo, pero pido tanto a los veganos como a los streamers y fans de streamers del lugar que me den un par de párrafos para explicarme.
El lugar común que tiene utilidad
Podré convenir con todos los veganos, y en general toda la gente que no esté a favor de las macrogranjas por moda, que el consumo de carne es perjudicial en muchos sentidos. Son muchos los estudios que hablan sobre la problemática de los gases invernadero producidos por las ventosidades de los animales, del malestar animal en las granjas más intensivas, y problemas derivadas de las mismas como la contaminación de los purines (40% de acuíferos en Cataluña están en peligro).
El veganismo toma la decisión de no contribuir a este tipo de prácticas, ya no sólo por el sufrimiento animal derivado de su cría para posterior matanza, sino porque es consciente del gasto de recursos mundial que se hace durante este proceso. Y a pesar de eso, no dejamos de ver en los supermercados todo tipo de términos relacionados con el "carnivorismo" en productos veganos como "hamburguesas", "perritos calientes" o "chorizo".
Más allá de la crítica de léxica por parte de quien no usa el léxico en demasía, hay un valor intrínseco en este uso de términos. La razón principal es que nos lleva a lugares comunes que entendemos todos y que no hay que eliminar. Una hamburguesa es más que la carne de dentro, son las texturas, los panes, o el ritual de mancharse al comerla con las manos. Una hamburguesa es un lugar común que todos conocemos, y que además tiene una utilidad práctica.
Pues exactamente eso es lo que sucede con los premios ESLAND o el uso de fórmulas propias de los realities de la televisión: son útiles y han funcionado durante décadas. Los fans quieren innovaciones, sí, pero también quieren productos que funcionen, con ritmo, y una producción factible. Y por eso, el streaming no era un cambio de paradigma a nivel de contenido, sino el ariete con el que armar rostros nuevos que representen a una nueva generación. Como dicta el "gatopardismo" enunciado por Giusepe Di Lampedusa: "cambiar todo para que nada cambie". Y no está mal.