En estos últimos compases de la generación se ha acentuado una obsesión un tanto extraña en ciertos usuarios que son habituales dentro del mundo de los videojuegos. Una obsesión que orbita alrededor de la idea de prevalecer los gráficos por encima de la jugabilidad, opciones de gameplay y diversión que pueda transmitir un título. Es una obsesión que, en cierta medida, siempre ha estado presente en el mundo de los videojuegos, puesto que los saltos de generación y los diferentes sistemas que han ido pasando por la historia han ido permitiendo que los personajes que protagonizan las obras sean cada vez más realistas, que los paisajes sean recreaciones prácticamente idénticas a la realidad, o que incluso las cinemáticas parezcan películas de animación en algunos casos.
Es evidente que la evolución gráfica es un elemento fundamental para la evolución del medio, pero, ¿quiere decir eso que sea lo más relevante a la hora de juzgar los juegos? Red Dead Redemption 2 generó una fiebre incontrolable dentro del sector porque, además de ofrecer la posibilidad de deambular por un lejano oeste extraído de Westworld y brindar la opción al jugador de hacer lo que realmente le venga en gana, tenía (y lo cierto es que tiene) unos gráficos espectaculares. Rostros de personajes perfectos y con máxima expresividad, nivel de detallismo casi enfermizo por parte de Rockstar Games y escenarios que bien podrían ser fotografiados y expuestos en un museo por la belleza que desprenden. Sin embargo, el discurso, en muchas ocasiones, no iba mucho más allá. Red Dead Redemption 2 se ha convertido en un clásico casi instantáneo gracias a su cuidado guión y sus gráficos despampanantes ya mencionados. Hasta los que no juegan habitualmente conocen el título por el impacto que ha tenido en el mundo. Pero, eso sí, más allá de alabar cómo referencia a largometrajes western de culto y films que han sido pilares de su género, pocos hablan sobre su jugabilidad, el game-feel y lo que transmite cuando se coge el mando o nos ponemos con el teclado y ratón.
A lo que voy, es que los videojuegos, aunque estén teniendo una evolución clara hacia el mundo cinematográfico y ahora sea este último el que toma elementos prestados del primero, es un error pensar que todos los títulos deben ser como Red Dead Redemption 2.
Hace pocos días se anunciaron los juegos que optan a Mejor Videojuego en los The Game Awards 2020 (premios cuya validez también habría que discutir, pero eso da para otro artículo). Entre ellos podemos encontrar Animal Crossing: New Horizons (indiscutible el importantísimo papel que ha jugado este año durante la pandemia de COVID-19), Doom Eternal (que ha perfeccionado aun más la fórmula Doom y de los FPS), Final Fantasy VII Remake (que ha conseguido ponerse al nivel, para muchos, de la obra original de 1997), Ghost of Tsushima (título indispensable para PS4 con excelente trabajo de Sucker Punch) y, los dos contendientes de los que hablaremos hoy: Hades y The Last of Us 2.
No han sido pocos los que han señalado a alguno de esos dos como posibles campeones de la contienda. Unos han indicado claramente que The Last of Us 2 será el claro vencedor por todo el trabajo que ha realizado Naughty Dog (a base de crunch) en lo que se refiere a gráficos, historia y pulido de jugabilidad del juego original. Mientras que, otros, están a favor de Hades, un indie que se ha colado con fuerza este 2020 en la industria y ha dado un fuerte golpe sobre la mesa: no se necesitan miles de recursos para ofrecer una obra buena y de calidad.
Y, ahora, es cuando viene la gran pelea: ¿Tiene sentido que un juego como TLOU2, con esos gráficos y ese guion, compita contra un indie como Hades que tampoco reinventa ninguna rueda?
Evidentemente que sí. Aunque un videojuego posea unos apartados visuales de escándalo y un guion que podría ser representado como cine o serie (que, de hecho, es lo que ya está ocurriendo) no hay que perder el norte y tener en cuenta el medio en el que nos estamos moviendo, que es el videojuego. Siendo The Last of Us 2 uno de mis títulos favoritos de este año, no hay que olvidar que estira todavía de mecánicas de 2013 y que, en el aspecto jugable, no realiza casi ningún cambio con respecto a su predecesor. Sí, ahora Ellie puede hacer más “combos” y movimientos que parece que haya sacado de una academia militar, pero la base sigue siendo exactamente la misma, paso por paso. Los esfuerzos de Naughty Dogs, claramente, se han ido a intentar escribir un relato que funcione como secuela de aquella perfecta historia cerrada protagonizada por Joel y Ellie años atrás (un relato al que no es difícil sacarle la punta y ver que la mitad de las cosas están cogidas con pinzas). En eso y, por supuesto, en explotar las capacidades gráficas de PS4, igual que el estudio hizo en su momento con PS3, cerrando dos generaciones por todo lo alto.
Hades, por su parte, es un juego de Supergiant que, a raíz de la mitología griega, construye una jugabilidad frenética, rápida, dinámica y variada que atrapa al jugador sin dejar que suelte el mando en ningún momento de su partida. Y, sí, en esto vamos a ser claros: tener que soltar el mando demasiadas ocasiones mientras jugamos a un videojuego es algo terrible. La gente de Supergiant Games ha logrado colarse en lo más alto de este 2020 gracias que se ciñe, casi exclusivamente, a esa esencia arcade de mantener al usuario enganchado a base de pasar niveles y aumentar la dificultad gradualmente. Además de tener un trabajo artístico detrás que es para quitarse el sombrero, porque la representación de la mitología que hace Hades es digna de usarse como ejemplo en las clases de latín o de historia de cualquier centro educativo.
No intento posicionarme a favor de ninguno de los dos con este texto, sino aclarar que aunque un triple A, con toneladas de presupuesto y un equipo gigante detrás, brinde una obra maestra en narrativa, eso no quiere decir que un indie con los recursos más justos no pueda plantarle cara, porque una cosa no tiene nada que ver con la otra. No hablamos de cuánto ha costado el juego, sino de lo que transmite, el impacto que ha tenido y cómo ha manejado esos recursos para el resultado final.