Seguro que durante el evento de presentación de PS5 del 16 de septiembre, o durante un directo de Xbox Series X, pensaste aquello de "pues no es para tanto la nueva generación". No te preocupes, es completamente normal, y la culpa no de que Microsoft se guarde secretos, que Sony tenga problemas de ventilación con PS5 o que Nintendo priorice la jugabilidad por delante de la potencia técnica en bruto. La culpa es de la Ley de los rendimientos marginales decrecientes.
Se trata de una ley económica que se puede aplicar a la perfección a casi todo en la vida, y que se puede resumir de una manera rápida en que cada vez es más difícil ser mejor. Si nos ceñimos a la definición clásica de la ley sería tal que "la ley de los rendimientos decrecientes es la disminución del ingreso marginal de la producción a medida que se añade un factor productivo, manteniendo los otros constantes".
Ahora explicado con palabras, el ingreso marginal es la ganancia que se consigue con cada 'unidad' extra que se invierte. Y es decreciente porque llegado a un punto concreto, si no cambian las condiciones, es más difícil conseguir una mejora. Pongamos como ejemplo una fábrica de caramelos. Si tienes unas condiciones de fabricación determinadas, hay un número de trabajadores óptimos. Meter más gente a trabajar no va hacer que hagan más caramelos si no cambias las máquinas, el tamaño de la fábrica, etc... Es decir, cuanta más gente metas, menor será la mejora en el número de caramelos que fabricas.
Ahora apliquemos eso mismo al mundo de los videojuegos.
Hacer videojuegos es incrementalmente más complicado con cada pequeño avance generacional, y su evolución se nota menos cada vez. Siguen dándose pasos hacia delante, pero la tecnología ya no da tanto de sí y, salvo saltos concretos, es difícil ver una mejora tangible más allá de pequeños detalles. Es decir, el rendimiento marginal de los propios videojuegos decrece.
Cada vez es más complicado hacer que los protagonistas de tus juegos parezcan más humanos, que los mundos sean más ricos en detalles o encontrar nuevas formas de hacer las cosas más rápido y mejor. Cada vez los personajes tienen más polígonos, y notamos menos la diferencia. Tienen que llegar nuevas tecnologías como el Ray-Tracing para que empiece a haber de nuevo un salto real. Para que haya una revolución, y no una simple evolución en los juegos que juegas y jugamos.
Y es precisamente esa sensación de revolución la que convierte una decisión consciente en una necesidad. Volvamos de nuevo a los símiles con la vida real. Pongamos que te haces un poco de pis. ¿Puedes aguantar para ir al baño? Sí, por lo tanto quieres ir al baño. Ahora supongamos que tu vejiga está a punto de estallar, y sientes la necesidad de ir al baño. Esa sensación es parecida a la revolución que supusieron la llegada de los juegos en 3D o los títulos en mundo abierto, que llegó acompañada de máquinas aptas para mostrar esas nuevas posibilidades.
En resumidas cuentas, que la maldita ley de los rendimientos marginales decrecientes es la que hace que sea cada vez más difícil y caro hacer consolas más potentes y juegos mejores. Y por eso, también es la culpable de que no sientas 'esa' necesidad de saltar de generación, sino que solo tengas ganas de evolucionar... Vamos, que todavía puedes aguantar sin ir al baño.