Que los videojuegos son un sector todavía en pleno crecimiento y falto de madurez, es una evidencia. Una frustrante evidencia. Basta con ver los numerosos casos de comportamientos tóxicos y deplorables que se ven en cualquier juego online, y que sufren especialmente las mujeres y los miembros de colectivos LGTBI.
No pertenezco a ninguno de esos dos colectivos. Puede que eso me reste potestad para hablar de ello. Probablemente, y perdonadme por inmiscuirme en algo que no me afecta directamente. Pero lo que sí tengo es empatía. Y se me cae el alma a los pies cuando veo en redes sociales casos en los que se discrimina o acosa a una persona por su sexo o condición.
Este fin de semana se celebra el Día Internacional contra la Homofobia y la Transfobia, y me hace pensar que, los videojuegos, como medio cultural más emergente y poderoso –recordemos que factura más que la música y el cine juntos- deben ejercer más de como interlocutor educativo en estos aspectos de lo que lo están haciendo hasta el momento.
Pocos videojuegos han sido valientes a la hora de tratar estos asuntos. Puede que a algunas compañías todavía les frene el miedo a perder ventas al pensar –equivocadamente- que su target principal sea el público masculino. Tampoco es que todos los videojuegos tengan que incluir un personaje LGTBI por decreto, pero sí tratarlo con normalidad o hacerlo con pleno convencimiento.
Se me viene a la mente Assassin’s Creed, que con Odyssey, y con Valhalla, permite escoger que el protagonista sea un hombre o una mujer. Es algo que se ha hecho siempre en cualquier RPG. Y nos permite, gracias al libre albedrío que se vivía en las épocas en las que se basa –de las quejas de estos mismos por el “rigor histórico” ya hablamos otro día-, tener relaciones con cualquier persona indistintamente de su sexo.
Una forma demasiado fácil de complacer a todos; sin terminar de ser valiente o tratar de dotar de una mayor personalidad o convencimiento a sus personajes principales. Carentes de identidad al ser relaciones vacías con NPCs que no aportan nada a la trama, más que el simple y anodino hecho de desfogarse un rato.
El problema es que, el sector todavía es tan inmaduro que, cuando un estudio incluye personajes LGTBI, los cuatro cernícalos de siempre vociferan que es para “cumplir cuotas”. Cuando se declaró que Soldado 76 o Tracer eran personajes homosexuales, parte de los usuarios –una ruidosa minoría- trataron de organizar un complot sobre el juego de Blizzard. Una situación tan ridícula a la que solo le faltaban cacerolas para completar el esperpento.
Ahora, está a punto de llegar a las tiendas The Last of Us Parte II, uno de los juegos más esperados del año. Cuando en el E3 2018 se mostró el tráiler del juego en el que Ellie besaba a Dina, su pareja, llovieron las críticas por el simple hecho de que una mujer besara a otra; de que una mujer besara a la persona que ama.
Un momento que simplemente es bello y natural, algunos lo usaron de arma arrojadiza. Y lo siguen haciendo; basta con ver algunos vertederos que hay repartidos por Youtube.
Tildaron a Naughty Dog de venderse al colectivo LGTBI solo para arañar a algunas ventas. Como si realmente lo necesitaran. Como si en Left Behind, el DLC de la primera entrega, publicado en 2014, no se hubiera ya mostrado abiertamente la sexualidad de Ellie en su, también preciosa, relación con Rilley.
No creo que los videojuegos puedan arreglar las taras de la sociedad; pero sí seguir siendo valientes como hace Naughty Dog. Valientes sin miramientos para contar SU historia. Y eso, nadie lo puede ni debe cambiar.