Vodafone Giants se quedó fuera del European Masters de League of Legends. El equipo jugó mal en la jornada final de los enfrentamientos de grupos y repitió con una dudosa actuación en el partido decisivo. Podemos hablar del formato, podemos hablar de la distribución de grupos y también podemos ocultar el sol con un dedo si es nuestra ambición. El clamor popular no es erróneo: Riot necesita darle un lavado de cara a sus competiciones, pero el equipo malacitano es el único responsable de haberse metido en esos problemas.
Attila no estuvo bien, el draft fue horroroso y los gigantes no hicieron méritos para ganarse el pase a la siguiente ronda en la Grieta del Invocador. Sin embargo y aunque el análisis deportivo del rendimiento del equipo puede ser tremendamente interesante, lo peor que vimos ayer no fue la inoperancia de un club que venía a comerse a sus rivales europeos, si no cómo se lo tomaron algunos aficionados.
No ayudó a calmar la situación que el tirador portugués de Giants hubiera hecho unas precipitadas declaraciones en su Twitter personal tras la primera jornada afirmando que iba a ganarlo todo. No, desde luego los ambiciosos y en su momento tan aplaudidos comentarios del tirador portugués no han pasado desapercibidos y languidecen teniendo en cuenta el juego del equipo. Tampoco faltó quien decidió que era el momento de recuperar un tuit que, desde luego, no ha envejecido bien.
Lo bueno es que, como siempre, hubo una cantidad ingente aficionados que daban ánimo a los jugadores para hacer el trance algo más llevadero. Lo cierto es que Giants es uno de esos clubs que pueden presumir de afición. Una hinchada fuerte e incondicional que siempre está detrás de los jugadores. Merito doble pues, aunque espolea al público, esto no se debe solo al hecho de contar con figuras destacadas y carismáticas como Attila o Th3Antonio.
Y, sin embargo, importa
Lo verdaderamente triste de la jornada de ayer, fueron algunas reacciones. Es algo que ya sucedió cuando MAD Lions cayó ante K1CK en unas circunstancias parecidas. También jugando mal y decepcionando a todos los fans de otro de los grandes de la Superliga Orange.
Los esports pueden ser deporte o competición. Siéntase cada uno libre de utilizar la terminología que considere más apropiada. Ambas, que son casi sinónimos, viven de una única premisa: la ilusión de que el resultado importa. Así lo han señalado algunos estudiosos de la sociología del deporte en una de las múltiples conclusiones que han sacado en claro reduciendo el fenómeno a la esencia.
Parafraseando a Galileo Galilei: y, sin embargo, importa. El resultado importa porque es capaz de ser un elemento configurador de los sentimientos e importa porque los esports están a las puertas de la cultura popular. Además, debe ser muy importante, si no, ni yo estaría escribiendo ni tú estarías leyendo.
Por eso tras la derrota hubo gente decepcionada y otra gente que llevó su decepción un paso más allá. La crítica es necesaria y los jugadores no pueden esperar que se les pase las manos por la espalda si no cumplen con las expectativas que ellos mismos han generado. Esta vez no tenemos que irnos muy lejos para ilustrar la situación. El refranero lo deja bien claro: "cuanto más alto, más dura será la caída".
¿Cuál es el límite?
Como periodista de deportes electrónicos (y creedme que lo escribo y todavía no me lo creo), existe una cierta obligación a señalar y llevar a cabo críticas a los jugadores. Si un integrante de un equipo hace un papel notablemente negativo, sería una completa falta de ética negaros una información veraz.
Es por eso que a cada una de las palabras con las que engroso cualquier texto me asalta una nueva duda ¿Habré ido demasiado lejos? ¿Me he pasado con este jugador? No cabe duda de que el trabajo diario de todos y cada uno de los miembros del cuerpo técnico, plantilla y gestores de los diferentes clubs suele ser el mejor que humanamente pueden realizar. La ventaja para nosotros es que en muchas ocasiones contamos con un periodo de reflexión, una suerte de la que no siempre disponen los aficionados.
Porque la magia de la competición son las ganas de gritar, es ese momento en el que te levantas eufórico de la silla cuando tu equipo gana una teamfight o el cabreo de duración indeterminada que te deja mal cuerpo cuando pierden. A nivel individual, no es muy difícil encontrar el paralelismo con un partido de fútbol visto a través de la televisión o escuchado por la radio.
De todo este deporte, de las tertulias y debates o la actitud de los aficionados es de donde podemos sacar los mejores ejemplos, y hoy también nos miraremos en ese espejo.
Lucas Pérez milita ahora en el Deportivo Alavés. Habrá quien cante aquello de “solo hay un deportivo”, pero lo cierto es que hace apenas unas temporadas encaraba la campaña de primera división con el Real Club Deportivo de La Coruña en un curso que prometía traer de vuelta las alegrías a la ciudad herculina.
La delantera parecía a la altura de los equipos que peleaban por Europa. Florín Andone, Adrián López y Lucas Pérez formaban un tridente que los asiduos al ahora rebautizado Municipal de Riazor llevaban mucho tiempo sin ver. La temporada ya comenzó regular y ese Depor se asentó en una zona baja de la tabla de la que nunca fue capaz de salir.
Con su habitual estoicismo, la afición aguantó durante bastante tiempo. Sin embargo, tras una serie de resultados nefastos y cambios de entrenadores, se empezaron a buscar culpables. Años más tarde se coincidiría en que se trataba de un problema de gestión, pero en ese momento daba igual y Lucas Pérez fue el gran señalado.
Poco importaba que fuera un jugador local o que dijera “neno”, una muletilla que caracteriza el hablar coruñés, tres veces por frase. No le salvó su pasado humilde en el barrio coruñés de Monelos ni las grandísimas campañas previas que había conseguido. Fue un desembolso que puso en peligro el límite salarial de equipo y, señalado como culpable de todos los males, algunos sectores marginales de la afición se cebaron con él.
Hubo hasta pintadas en la casa del bueno de Lucas. O, más bien, donde creían que vivía. Quienes lo hicieron superaron los límites por mucho y su “Lucas vete ya” encontró una única respuesta: “Lucas ya no vive aquí, gilipollas [sic]”
Nunca lo hagáis
El delantero coruñés no estaba cuajando una gran temporada. Así lo señalaba la afición y lo hacía ver la prensa. Hasta Seedorf, que entrenó esa plantilla, lo dijo: “Una de mis grandes preocupaciones es ayudar a Lucas Pérez a volver a su nivel”. Todo se enmarcaba en un claro ambiente de preocupación respetuosa por el mal hacer del jugador durante ese año hasta que alguien decidió dar un más que desafortunado paso más allá. Como aficionado, ahí fue cuando lo comprendí.
Se puede criticar, se puede decir que Attila no lo ha hecho bien y hasta se puede comentar que el draft era nefasto. Probablemente todos los integrantes del equipo son conscientes de estos y otros problemas e incluso se ayudarán de las críticas para ganar motivación. Sin embargo y aunque puede ser muy tentador para algunos, no tiene ningún sentido ir a los perfiles personales de los jugadores a lanzar mensajes destructivos, amenazantes o que no tienen más intención que hacer daño.
Es normal que los aficionados queramos expresarnos, debatir y utilizar nuestro tiempo hablando de algo que consideramos importante. Incluso se puede entender que en el calentón del momento sea sencillo pasarse un poco del límite, pero los jugadores son personas. Tienen fama, se ganan la vida jugando y están naturalmente expuestos a la crítica al tener una posición de cierto privilegio… pero siguen siendo personas.
Para Geroges Vigarello, uno de los sociólogos franceses de mayor renombre, el deporte no se puede desvincular de ese caos emocional de proezas y mitos. Hay cierta normalidad en la exaltación de la victoria y la frustración tras la derrota, pero de nosotros depende evitar la pulsión primitiva de saltarnos los límites.
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