Como si necesitase más combustible para mi miedo a los vehículos voladores, The Callisto Protocol comienza con el accidente de una nave espacial. Somos Jacob, una especie de piloto de aerolíneas intergalácticas que se encarga de transportar cargamentos de un planeta a otro y que se dispone a vivir la peor de las suertes. No solo se trata de que estrellarse no sea plato de buen gusto, también de que hemos ido a parar al peor lugar de toda la maldita galaxia. Un satélite que otrora vio florecer a la civilización humana en su aventura por la Vía Láctea convertido en la más recóndita de las prisiones.
No sabemos muy bien por qué, pero como si los accidentes aéreos fueran en contra de la supuesta constitución de Callisto, acabamos siendo nosotros quienes se ven tras los barrotes de una celda. A partir de aquí se desarrolla una aventura de unas doce horas de duración que va a tener tanto gore como el slasher más sangriento y que combina algunas decisiones auténticamente geniales con fallos apenas comprensibles. La jugarreta de los desarrolladores es que lo bueno resulta brillante, haciendo que por momentos nos olvidemos de todo lo demás.
La repetición y el miedo en The Callisto Protocol
Hay pocas cosas más subjetivas que el terror. Mientras que yo sufro atajos de crisis de ansiedad si tengo que coger un avión en el próximo año, hay gente capaz de volar dos veces por semana y dormir tranquila por las noches. Callisto Protocol es un juego oscuro que combina la cámara al hombro que reinaba en los survival horror de cuando el Dead Space original se lanzó hace 14 años un apartado artístico genial y una calidad técnica apabullante. Es opresivo y sobrecogedor, pero no puedo decir que haya sido una experiencia terrorífica.
La ambientación es insuperable y sitúa tanto al jugador como al personaje en un punto de partida idéntico. Somos un hombre que lucha contra fuerzas que no puede entender por motivos que tampoco alcanza a razonar. Todo está preparado para ser terrorífico y que temamos el brutal desenlace que nos propone cada muerte. Acabaremos descuartizados por los enemigos en innumerables ocasiones, viendo como nos arrancan la mitad de la cabeza o seccionan nuestro brazo mientras la cámara se centra en que resulte imposible perderse cada mínimo detalle.
La muerte en Callisto Protocol se castiga con una animación horrible y un realismo apoteósico que muestra lo brutal de un final que no podría ser más violento. Fue bestial y espeluznante cuando lo vimos en el tráiler y vuelve a serlo al comienzo de nuestra aventura en este satélite de Júpiter. Sin embargo, cada escena repetida pierde efecto hasta que las animaciones se convierten en un trámite molesto que nos separa de volver a intentar pasarnos esa parte del juego que se nos ha atragantado.
La repetición inmuniza. Cuando escuchábamos una motosierra en Resident Evil 4 era posible que nos cagásemos de miedo al saber que el enemigo iba, literalmente, a cortarnos la cabeza de un solo toque. Sin embargo, el efecto se hubiera perdido si cada uno de los infectados fuera capaz de ofrecernos un final similar. En Callisto Protocol todo quiere ser brutal y eso lastra la experiencia. Cada muerte duele menos que la anterior y llega un punto en el que hemos recibido suficientes dosis de la vacuna. Es por algo que se dice aquello de que los miedos se superan enfrentándolos.
Un survival horror que brilla donde todos fallan
Es cierto que no ha sido la experiencia más terrorífica que he tenido jugando, pero eso no convierte a Callisto Protocol en un mal videojuego. Estamos hablando de un survival horror que trae ideas frescas y, sobre todo, añade un sistema de combate espectacular. No os voy a mentir, me costó encariñarme con él durante la primera hora de juego. Sin embargo, en su absoluta simpleza se ha convertido en uno de mis motivos favoritos para seguir jugando. Pocas veces un juego de este género ha dominado los combates, y este debutante es capaz de brillar en ese aspecto.
En buena medida esto es gracias a que se ponen sobre el tapete las buenas ideas que ya hubo en la saga Dead Space. Pisaremos enemigos para conseguir su loot y dispararemos a las extremidades para debilitarlos antes de acabar con ellos. Incluso contamos con un guante capaz de manipular la gravedad para atraer y lanzar objetos o enemigos. Sin embargo, todo esto se combina con un gran énfasis en las luchas a corta distancia en el que el protagonismo lo tienen las esquivas y una porra eléctrica.
No habrá prácticamente una situación en la que no utilicemos el combate a melé. Podemos esquivar manteniendo el joystick izquierdo hacia un lado y llevándolo al opuesto si queremos evitar un segundo golpe. Esto lo podemos repetir tantas veces como sea necesario en función a los ataques que recibamos de los enemigos hasta que encontremos un espacio para golpearles. Es tan sencillo como suena, pero su simpleza no implica que los desarrolladores no le hayan dado unas cuantas vueltas para hacer que funcione de forma sensacional.
Al comienzo se nos acostumbrará a llevar a cabo una secuencia apenas cambiante. Tocará esquivar hacia un lado, luego hacerlo hacia el contrario y pasar a golpear tres o cuatro veces. Sin embargo, en cuanto hayamos aprendido lo básico cambiarán los timings y los enemigos podrán atacar en más ocasiones consecutivas. No es fácil describir con palabras la cara de tonto que se me quedó cuando, por primera vez, encontré a un monstruo capaz de golpear tres veces seguidas. Es algo que nos va a descolocar muchísimo y una verdadera bendición.
Conforme nos encontramos con una mayor variedad de monstruos toca prestar atención a cuantas veces atacarán y tratar de gestionar el espacio. Comenzaremos a hacer bloqueos, que nos hacen recibir daño pero abren la puerta a nuevos combos. También a combinar todas las herramientas ofensivas de las que nos ha dotado el juego. Armas de fuego, guante gravitacional y porra son solo tres elementos, pero con ellos he sido capaz de crear más combos que con sistemas de combate pretendidamente complejos.
Todo resulta muy fácil de entender y está medido a la perfección. Cuando jugamos bien es habitual fliparse y hasta sentir que Jacob es un dios vengativo que se ha adaptado a Callisto en tiempo récord, destinado a salir de ahí cueste lo que cueste. Una fantasía de poder magnífica que nunca deja de ser difícil, pero que ofrece una recompensa satisfactoria como pocas veces hemos visto. Las vísceras y salpicaduras de sangre se convierten en un premio que solo se supera al ver como un enemigo vuela en pedazos tras chocar con las aspas de un ventilador. Es un precioso espectáculo sangriento… y así hasta que algo falla.
Luces, sombras y contradicciones
Por cada cosa buena que existe en Callisto Protocol hay una contrapartida. La ambientación espectacular que invita al terror choca con la sobrexposición de los jugadores a la muerte y sus horribles animaciones. También el sistema de combate es abrumadoramente satisfactorio pero la cámara puede fallar y es en algunas ocasiones la responsable exclusiva de que encontremos un desenlace fatal. Sorprende que un juego que apuesta con todo por la inmersión introduzca tutoriales en forma de textos con imagen que interrumpen la partida o que cuente historias a través de radios que solo podemos escuchar desde los menús.
Esta práctica, que debería ser anticonstitucional, sí que nos ha volado la cabeza. En Callisto Protocol ni siquiera hay mapa (tampoco le hace falta) y todo lo que pasa está explicado a través de la historia. Hay incógnitas que no se resuelven hasta el final, claro, pero sabemos por qué tenemos una barra de vida visible en el cuello o cómo funciona el mundo que nos rodea. Dentro de que podría estar mejor llevado, es uno de los títulos que más se esfuerza por crear un universo de ciencia ficción que trata de explicar todos los fenómenos que ocurren en su mundo.
Sorprende que la cohesión y la credibilidad tengan tanta importancia para las mismas mentes que han decidido dejarnos radios repartidas por el mundo que además no se pueden escuchar mientras jugamos. Por un lado tenemos las propuestas novedosas que parecen llegadas de un grupo de desarrolladores recién salidos del mundo indie –y lo decimos con connotación positiva– y por el otro una versión empeorada de algo que ya no terminaba de funcionar cuando se lanzó Bioshock. Este aspecto, simplemente, nos ha resultado imposible de comprender.
Insistiendo en esta idea, la exploración es una maravilla y está muy bien recompensada. Sin embargo, es imposible no caer en el dilema de los dos caminos. Hay uno que avanza la historia y otro en el que probablemente haya algo que merezca la pena ver o jugar. Sin embargo, podemos vernos en situaciones donde, eligiendo aleatoriamente, hacemos que la trama siga hacia adelante. Al hacerlo puede que los caminos anteriores queden bloqueados (no es lo habitual) o que simplemente acaben tan a desmano que no apetezca dar un rodeo que solo diez minutos antes hubiéramos aceptado de buen grado.
Es una pena porque ningún fallo es particularmente grave más allá de tres o cuatro puntos muy concretos en la partida. Sin embargo, la suma desmerece un conjunto que se queda en notable cuando podría haber sido brillante. Tengo muchísimas ganas de que haya una segunda entrega donde se pueda pulir la experiencia, porque Callisto Protocol no necesita muchos cambios ni muy grandes. Apenas unos cuantos ajustes hubieran sido suficientes para convertirse en el mejor survival horror de los últimos años.