Es complicado hablar pasado todo este tiempo de algo como Bioshock. Es también muy difícil cuantificar lo que trae debajo de su brazo esta serie. Y es realmente jodido decir con palabras lo que para alguien como el que esto escribe supone poder tener en su bolsillo, rumbo al metro que apenas puedo coger por la situación mundial, unos juegos que dicen tanto y de una forma tan escalofriantemente bella.
Bioshock y Bioshock Infinite son dos de los juegos de acción en primera persona más interesantes que han salido al mercado en los últimos 20 años. El primero, de 2008 y el segundo (tercero en la serie) de 2013, tomaron las bases de títulos anteriores (sin ir más lejos, System Shock del mismo autor, el añoradísimo Ken Levine) y perfeccionaron la narrativa en primera persona. El juego de acción con argumento. Dieron al mundo una forma de contar historias como nunca. Y lo metieron todo en un paquete realmente bello en lo visual (aunque horrible en lo conceptual, porque no representa, ni mucho menos, belleza en ningún transfondo). Ken Levine decidió generar un universo infinito y nos obligó a que fuese finito, negándose a intervenir en Bioshock 2 (no quería más rapture) excepto en uno de sus DLCs, y no continuando su dinámica de hombres y faros para crear más iteraciones en su serie, pese a que el final de Infinite nos demostraba que todo era redondo y que todo era infinito.
A toda esta historia, Levine le añadió bastante de su cosecha: una potente carga filosófica e ideológica. Algo que, incluso, supieron aprovechar en la secuela bastarda, continuando el legado de Rapture con nuevos personajes. Teníamos al representante del neoliberalismo más despiadado con Andrew Ryan, el marxismo de la Doctora Lamb, el reaccionarismo populista de Coomstock.
Y todo, al final, girando y retorciéndose sobre si mismo en un juego macabro en el que sólo podíamos disfrutar como espectadores. Y que llegaba a ponerte los pelos de punta cuando te dabas cuenta que un simple sonido desapercibido en un momento de Bioshock podía tener significado cinco años después en Bioshock Infinite. El hombre y el faro, siempre dando guerra y de qué hablar.
El caso es que el juego se convirtió en leyenda. Dio para legado, con juegos como Singularity, la saga Metro o el más obvio We Happy Few como máximos representantes de la narración distópica de acción en primera persona.
Y, ahora, todo, absolutamente todo lo que existe en nuestro mundo de Bioshock, está en nuestro bolsillo, a nuestra disposición, para que rejuguemos o redescubramos lo que esconden sus líneas cuando queramos.
Ante todo, debemos recordar que no es la primera vez que este juego sale en una versión portátil. En 2014 pudimos probarlo en iOS, aunque por poco tiempo, porque alrededor de un año después ya quedaba fuera de la AppStore por problemas de compatibilidad.
Lo que tenemos ahora es una versión de la trilogía y sus DLCs que en numerosos momentos supera con creces lo que pudimos ver en las versiones originales para Xbox 360 y PlayStation 3. Los juegos, de instalación independiente (cosa importante para ahorrar espacio en nuestras apretadas tarjetas de memoria), se comportan de una forma bastante plausible en las circunstancias que provee la consola de Nintendo. Si comparamos la versión de la híbrida de Nintendo con las originales de hace 12 años, vemos cómo las resoluciones de entonces quedaban en 720p como máximo (en Xbox 360, en PS3 se quedaban en 640p) mientras que ahora estamos en 900p (en PS4 alcanza 1080p). Respecto al framerate, la tasa aquí es estable en 30fps, mientras que en la versión de PS4 puede alcanzar los 60fps.
Vamos, que no hay mucho mérito, porque hablamos de una trilogía de entre 12 y 7 años, lo que no la convierte en el ejemplo más digno para ponerse medallas de haber conseguido una versión que funcione de lujo. Pero, muy para nuestra desgracia, cosas peores hemos visto. Por lo que no tenemos más que felicitar a 2K Games por habernos devuelto a Rapture y a Columbia en nuestra consola híbrida favorita. Ya que, mientras que las versiones de las consolas de actual generación no ofrecían diferencias demasiado notables como para justificar una recompra del mismo juego, el espaldarazo de poder jugarlo en portátil sí que hace que merezca la pena volver a la ciudad.